martes, 27 de diciembre de 2016

Una entrevista en el centenario de London


Felicitas Casillo publicó, el 24 de diciembre pasado en el diario La Prensa, de Buenos Aires, la siguiente entrevista con el Administrador de este blog, a propósito de su traducción de Once cuentos de Klondike, de Jack London, recientemente publicado por Eterna Cadencia. La bajada de la nota dice: “En el centenario de su muerte, la obra de Jack London suscita nuevas lecturas. El poeta, ensayista y traductor Jorge Fondebrider analiza la importancia que tuvo el autor norteamericano en la literatura de su país. Desafíos y dilemas de traducir a un clásico”.

Un narrador en la fiebre del oro

Las dos obras más recordadas de Jack London son El llamado de la selva (1903) y Colmillo blanco (1906). Sin embargo, a un siglo de su muerte, cabe preguntarse si acaso la industria editorial no transformó a London exclusivamente en un autor de novelas de aventuras. Esto implica, más que una valoración negativa del género, un acto de justicia: la vasta obra de London incluye no solamente una larga lista de novelas, sino también ensayos, artículos, memorias, obras de teatro, poesía y una gran cantidad de relatos.

London nació en 1876 en San Francisco, y en 1916 murió en Glen Ellen, también en el estado de California. Trabajó como pescador, marinero, cazador de focas y cronista, aunque posiblemente la experiencia que más lo determinó fue su viaje al Yukón, al nordeste de Canadá, en 1897, con motivo de la Klondike Gold Rush, el frenesí migratorio producido por la fiebre del oro. 

Recientemente, la editorial Eterna Cadencia publicó la antología Once cuentos de Klondike, prologada y traducida por el poeta y ensayista Jorge Fondebrider, quien reflexionó acerca del ejercicio de la traducción como un acto creativo.

–¿Cómo describiría una traducción de calidad?
–El traductor es un creador. Un escritor sabe y conoce una determinada cantidad de asuntos, y un traductor debe saber lo que sabe el escritor al que traducirá, y debe tener, además, el conocimiento que lo habilite como traductor. Es importante conocer exhaustivamente la otra lengua, pero si un traductor no conoce la propia o no es un buen escritor, fallará inevitablemente en la traducción. 

–Un traductor entonces debería hacerse con la enciclopedia del autor.
–Así es. Un buen traductor debe saber muchísimo más de lo que se reflejará finalmente en el texto. Existe un conocimiento de la obra y de la lengua que sostiene y hace posible la traducción. Claro que eso es impagable, en el sentido de que no tiene precio.

–London fue un aventurero y viajero infatigable. ¿Cómo reconstruir su sitio de creación? 
–Ciertamente, muchos de los saberes de London dependían de su experiencia e intuición. Han existido puristas que cuestionaron determinado modo que él tenía de describir una tarea u oficio. En realidad, es una mirada corta. Lo importante en su caso es la acción que presenta el relato.

–Más allá de las diferencias, esto me recuerda el caso del italiano Emilio Salgari, de quien se dijo que ambientaba sus historias en lugares que no había conocido. 
–En el caso de London sí conoció los sitios, aunque quizás de determinados oficios no tenía un conocimiento pleno. Pero en London creo que hay algo más que en Salgari, en el sentido de que siempre reflexiona sobre algún aspecto de la condición humana. El problema es que durante mucho tiempo solo se acentuó el rasgo aventurero de su obra. Sobre todo sus novelas fueron editadas para que resultaran accesibles. Para llegar al corazón de London, hoy se deben quitar un montón de telarañas.

–¿Cómo traduce prosa un poeta? 
–Este asunto es muy interesante. Creo que la novela como género se agotó y que existen otras formas de contar historias. Las únicas novelas que me interesan son aquellas que están escritas por estilistas, con recursos semejantes a los de la poesía. London, sin embargo, me interesaba en primer lugar porque en mi infancia leí El llamado de la selva y Colmillo blanco más de una docena de veces. Me di cuenta de que su estilo no era el estilo en el que había sido traducido. No significa necesariamente que haya existido una impericia de los traductores, sino que también la traducción sufre modas, y parafrasear no es traducir. 

–¿Cuál es el lugar de London en la literatura norteamericana? 
–Hasta aproximadamente Mark Twain, la literatura norteamericana era literatura inglesa escrita en los Estados Unidos. Twain incorporó el habla local a las historias que ocurrían allí. No quiero decir que Hawthorne o Melville no fueran autores norteamericanos, sino que desde el punto de vista del estilo no presentaron una diferencia rotunda con los ingleses. Twain, en cambio, sí, y fue asimilado rápidamente por London y Hemingway, entre otros. En London hay, además, una mirada distinta y original. En ese entonces, la supremacía estaba dada por los anglosajones sobre los negros y las etnias del pacífico. En un libro llamado Los hijos de la escarcha, publicado a principio del siglo XX, los cuentos están narrados desde la perspectiva de los indios y son críticos hacia el hombre blanco. Eso me parece diferencial y valioso en London, a quien quizás actualmente puede alguien acusar de racista pero que realmente no lo era. 

–Esto último me hace pensar en el prólogo de Borges a “Las muertes concéntricas”, de London, originalmente “The Minions of Midas”, que fue publicado en Italia y en la Argentina. Borges comparaba a London con Hemingway, por sus vidas turbulentas y porque ambos finalmente se suicidaron, pero veía en ellos una contrición común, y de London decía que había pasado de la darwiniana lucha del más fuerte al amor por la humanidad.
–Sí, creo que con el paso del tiempo London se volvió más escéptico pero más comprensivo. Es razonable, porque London murió a los 40 años. Su literatura presenta entonces una evolución. Pero además de ese valor humano, algunos de sus cuentos importan también por su nivel de perfección. Ya que lo menciona a Borges: él decía que varios de los relatos de Caballería roja, de Isaac Bábel, gozaban de la extraña condición de ser recordados de memoria por los lectores. No conozco a nadie que haya leído "Encender un fuego", de London, y no lo guarde en el recuerdo para siempre. No es, realmente, un mérito menor. 

–¿Qué desafío particular presentó Once cuentos de Klondike? 
–La obra de London es vastísima. Si se tradujera alguna vez en castellano su obra completa, que no existe y con la que me gustaría trabajar, sería un volumen de más de mil páginas. En esta oportunidad, seleccioné los relatos que ocurrían en Klondike. London estuvo aproximadamente un año allí y luego publicó diez libros de cuentos sobre esa región, más unas cinco novelas. Mis notas incluidas en la publicación son una propuesta para que el lector comprenda la realidad de ese sitio. Por otro lado, es un paisaje donde me siento particularmente cómodo. 

–¿Cómo sintetizaría el estilo de London? 
–Es semejante en alguna medida al de Edgar Alan Poe. Expresa la realidad de forma aproximativa y alambicada. No hay una precisión milimétrica en las palabras, pero sí es notable una sorprendente proyección de la acción.

–En una conversación que mantuvo con Matías Serra Bradford en el Club de Traductores de Buenos Aires, él dijo que traducir era semejante en algún sentido a evangelizar. ¿Le ocurrió eso con London? 
–Pienso que la cuestión es ofrecer algo que vale mucho. Me ocurrió con London y con otros. Por ejemplo, cuando leí la obra de Claire Keegan, supe que era una escritora extraordinaria y tuve la fortuna de traducirla. Me ocurre también con otros autores de Escocia, Gales y fundamentalmente, Irlanda. La mejor literatura que se escribe actualmente en inglés se escribe allí y no en los Estados Unidos o en Inglaterra. Son autores que por muy buenos que sean no están en el centro del mercado. Uno finalmente desea compartir sus traducciones con personas a las que aprecia y con otras a las que no conoce pero sabe que pueden llegar a interesarles. Está la conciencia de que hay un hueco y plantando algún tipo de estaca se hace evidente que ese vacío existe. 

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