jueves, 3 de diciembre de 2015

"Los precios de los libros argentinos en el exterior están desfasados"

La periodista Julieta Roffo es la enviada especial del diario Clarín para cubrir este año la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Eligió un punto de vista descuidado por la mayoría de sus colegas y se dedicó a investigar la competitividad de los libros argentinos en el mercado internacional. Esto es lo que logró en la nota publicada en el día de ayer.

La incertidumbre por el dólar
congela la venta de libros argentinos

Afuera del predio de 40 mil metros cuadrados en el que por estos días funciona la Feria del Libro de Guadalajara, en los alrededores, todo está teñido de este evento, el más importante de la agenda cultural de esta ciudad, que con su zona metropolitana incluida concentra a la segunda población más grande de México, detrás del enorme D.F. La presencia policial –de la ciudad de Guadalajara y del estado de Jalisco– está multiplicada. Los voluntarios que reclutan más voluntarios –hay de Greenpeace y de la Cruz Roja– merodean en las salidas del evento en busca de números de tarjetas de crédito que quieran unirse a la causa: “con un pequeño donativo” –repiten– se puede luchar contra el calentamiento global, ayudar a reparar los daños de la temporada de huracanes o contribuir a la compra de insumos sanitarios para los refugiados que están intentando entrar a Europa por algún lado de su geografía.

Hay, cada atardecer, unos diez carritos en los que se prepara elote (choclo) con queso crema bien salado, una especie de queso rallado y salsa picante a gusto. “¡Vámonos, vámonos, vámonos!”, grita el encargado de varios de esos carritos, un hombre enorme y con delantal de cocina, cada vez que se acerca la Policía y entonces corren el riesgo de que les decomisen la mercadería. En la estamipida, siempre se derrama algún vasito de lote, pero enseguida los carros se reacomodan unas pocas cuadras más lejos y la venta sigue.

También circulan por la esquina principal de la Expo Guadalajara unos cinco o seis vendedores ambulantes. A lo largo del año, cuentan a Clarín, venden flores en semáforos y restoranes. Pero durante estos nueve días, el negocio parecen ser las lamparitas portátiles que se enganchan al propio libro para que la oscuridad del mundo exterior no atente contra la lectura. Cuando se acercan a promocionarlas, cuestan cincuenta pesos mexicanos y en la última oferta ya es posible comprarlas por treinta.

Adentro del predio también hay negociaciones y el stand argentino dentro del pabellón internacional, que instaló la Cancillería y que agrupa a decenas de editoriales, no escapa a esa lógica. De negocios se habla en las varias mesitas ubicadas justo al lado de los estantes en los que cada sello dispuso lo más nuevo o lo más vistoso de su catálogo para los clientes de otros países que estén interesados. “Las editoriales argentinas vienen a Guadalajara especialmente a entrar en contacto con nuevos distribuidores y a levantar pedidos de sus clientes habituales”, explica Martín Mengucci que, como representante de la Cámara Argentina del Libro (CAL), coordina la presencia de las editoriales argentinas que se agruparon en el stand estatal. “El comentario general es que se está trabajando mejor que en 2014”, cuenta. Con él coinciden las editoras Graciela Rosenberg, de Lugar Editorial y presidenta de la CAL, y María Teresa Carbano, de Imaginador. También se ponen de acuerdo en el motivo de la mejoría: según explican, el diseño del stand del año pasado dejaba “muy en el fondo” a varios sellos. Tal vez, como en 2014 Argentina fue el país Invitado de Honor de la FIL, se privilegió lo institucional por sobre lo comercial.

A pesar del optimismo discursivo, no dan números concretos, y cuentan las preguntas con las que se acercaron varios clientes. “Quieren saber qué va a pasar con la importación de libros, si van a cambiar las reglas”, explica Rosenberg, a quien le pidieron libros desde México, Estados Unidos y Centroamérica. “Y preguntan qué a va a pasar con la paridad del dólar y el peso”, agrega Carbano, que vendió libros infantiles y para colorear a las mismas zonas que Rosenberg. En diálogo con sus clientes –y también con Clarín–, ambas editoras contestan lo inevitable: que no saben qué va a pasar, ni con las importaciones ni con el dólar. Estos días de transición presidencial, la salida de Cristina Fernández de Kirchner y la entrada de Mauricio Macri, dan lugar a constantes especulaciones y fluctuaciones, tanto políticas como económicas.

Ayer, por los pasillos del stand se escuchaba a una editora ante una clienta: “El dólar está ralentizado en Argentina, por eso nuestros precios están... difíciles –un eufemismo para decir “altos”, para decir “poco competitivos”. Pero podemos esperar unos quince o veinte días, ver si hay una devaluación, y entonces podemos ajustar los precios”. Kuki Miler, editora de De la Flor, cuenta que el distribuidor que se ocupa de su catálogo aquí, en México, insiste: “Sus precios están muy desfasados”. Es que el papel, una de las instancias de la producción del libro que por estos días resulta más costosa, se paga a unos 16 pesos por dólar, según detallan los editores. La liquidación de divisas por ventas de libros en el exterior se hace al precio oficial del dólar, algo menos de diez pesos por estos días.

Los precios de los libros argentinos en el exterior están desfasados, entonces, porque está desfasado el mercado cambiario en general: buena parte de los costos corre al ritmo del dólar blue, mientras que los ingresos se rigen por el dólar oficial. Para que el balance se equilibre, los precios de los libros argentinos en el exterior son altos –“difíciles”– respecto de la oferta de otros países.

“Las expectativas respecto de una posible devaluación y de la apertura del mercado son distintas según el caso”, explica Mengucci, y profundiza: “El que pasó de imprimir en China a imprimir en Argentina, seguramente se vea favorecido si puede volver a imprimir en China, a un costo más bajo que el actual. El que trabaja con libros de goma eva o de los que se pueden meter en el agua, que no se producen en Argentina, seguramente se vea favorecido al importarlos sin tantas restricciones. Pero las editoriales chiquitas están preocupadas porque, ante una apertura grande del mercado, saben que van a perder su lugar de visibilidad en las librerías”.

Nadie baja los brazos en el stand oficial, que ofreció empanadas y vino para las delegaciones de otros países y que, de a ratos, se llena de interesados en la producción de editores argentinos. Pero los 7.800 kilómetros que separan Guadalajara de la Casa Rosada son sólo una circunstancia: lo que allí ocurra en las próximas semanas será determinante para muchas industrias, también la editorial.



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