viernes, 27 de noviembre de 2015

"Edwin Williamson a la mala traducción de la obra agrega una mala traducción de la vida"

El 14 de noviembre de 2004, en el diario La Nación, de Buenos Aires, Edgardo Krebs, investigador asociado del departamento de antropología de la Smithsonian Institution, se ocupó de una biografía de Jorge Luis Borges que, por ese entonces, acababa de publiarse. La bajada es ya una declaración muy clara: “La reciente y polémica biografía que el catedrático de Oxford Edwin Williamson escribió sobre el gran escritor argentino pone en evidencia la dificultad de los autores anglosajones para interpretar la obra del autor y su idiosincracia”. Por su interés, merece volver a leerse.

Borges en inglés: problema de traducción

WASHINGTON DC.– Si Jorge Luis Borges no fuera uno de los autores más originales e influyentes del siglo XX, no importaría que sus traducciones al inglés padecieran de tantos traicioneros defectos. Esto no presume subestimar la inteligencia de ciertos lectores anglosajones, quienes no sólo han advertido el problema –como Mathew Howard en su crítica a las traducciones de Di Giovanni– sino que han escrito algunos de los análisis más lúcidos de la obra de Borges, desarmando la casi alucinada red de conexiones literarias y filosóficas y de juegos de la mente que brillan en los textos aun más breves y ocasionales del escritor argentino.

El centenario del nacimiento de Borges en 1999 acercó la posibilidad de una reevalución de las traducciones, y con ella, del escritor en su entorno. La exégesis, aventura del conocimiento a partir de un texto bien leído –ejemplificada clásicamente por Erich Auerbach en Mimesis: La representacion de la realidad en la literatura de Occidente– es el destino de toda gran obra. La traducción inteligente es, por supuesto, parte de la exégesis. De los tres tomos de Borges en inglés publicados por Viking–Penguin a finales de los 90 (ficción, poesía, ensayo), sólo el de ensayo, al cuidado de Elliot Weinberger, fue hecho con erudición y sensibilidad. Además de incluir las traducciones magníficas de Esther Allen, este volumen ofrece al público anglosajón una serie de textos jamás aparecidos en inglés, que ayudan a situarlo a Borges en la historia argentina y como testigo crítico de episodios contemporáneos.

El tomo de versos, fruto de la colaboración despareja de varios poetas, contiene verdaderas masacres de poemas límpidos y claros. ¿Cómo confundir "gema" (perla) con yolk (yema de huevo) en "La rosa amarilla"? ¿O anular la evocadora palabra "camalote", traduciéndola como root clumps (raíces) en "La fundación mítica de Buenos Aires"? ¿O asignarle, en el mismo poema, empinadas olas (steep surf) al Río de la Plata? Estos traspiés cómicos preanuncian errores de interpretación que desfiguran el sentido de las mejores poesías de Borges.

El tomo de ficción, debido a un solo traductor, Andrew Hurley, parece ser producto de la ligereza, el desdén o la incompetencia. La provincia del Chaco es transformada en el "Río Chaco"; el puestero de una estancia en un almacenero (store–keeper); un gurí (término afectuoso) en "mestizo bastardo"; la frontera –palabra clave que en Borges intimaba el "vértigo horizontal" de la pampa– en un flácido "borde"

Pero además de traducir mal el sentido de palabras, situaciones, contextos, alusiones, Hurley comete el error de agregar al final del libro un glosario–guía a la historia argentina que es patético en su precariedad. Si un traductor de Faulkner al castellano se permitiera ejecutar un glosario similar sobre términos sureños y la historia de la relación entre blancos y negros en los EE.UU. (por ejemplo), ese traductor sería justamente ridiculizado. Parte del trabajo, y del placer, de leerlo a Borges, es descubrir de qué modo ha interpretado la historia argentina, trazado su laberinto cargado de símbolos y de pistas que sólo el lector atento advertirá. El reemplazo de estas claves por burdas, literales, a menudo erróneas notas y definiciones de diccionario, es la traición definitiva del traductor, una admisión de su fracaso. ¿Cómo remitir al lector a un glosario para explicar el término "criollo", central en toda la obra de Borges? ¿Cómo reducirlo a disparate, definiéndolo como "palabra que indica raza, y por lo tanto clase; se refiere siempre a una persona blanca, y por lo tanto superior... etc, etc."?

Las reseñas de estos tomos, en su mayoría escritas por autores no muy conocidos como expertos en Borges o en la historia y la literatura argentinas (requisitos mínimos para adentrase en los territorios de alusión y referencia sobre los que se apoya la obra), ciegas también a errores y mutilaciones como los señalados, no sirven para indicar el camino a una necesaria, posible, nueva lectura de los textos traducidos. Unos de los pocos autores argentinos que pudieron hacer oír su voz disonante en la prensa anglosajona fue Alberto Manguel. En un comentario para el periódico británico The Guardian, Manguel apunta, acertadamente, que los lectores de Borges en inglés, desde las versiones de Di Giovanni en adelante, han sido muy mal servidos. "Borges en inglés –dice– debe ser leído a pesar de las traducciones".

En Borges. A Life, Edwin Williamson, catedrático de Oxford, da un paso más allá: a la mala traducción de la obra agrega una mala traducción de la vida.

Para quienes no ven a Borges como un ser real, insertado en la historia de su país, precisamente, a través de la literatura, su vida es un interrogante, un vacío que demanda explicación. Borges ha sido considerado a menudo, en la Argentina y en el extranjero, como arquetipo del escritor exangüe, prisionero en su estrecha torre de marfil, divorciado del destino de sus contemporáneos y de los apetitos y pasiones del común de los mortales. Desde miradores distantes, especialmente, hay una tendencia a imaginar a América latina como una "realidad mágica", larvada de injusticias y ardiente en revoluciones sociales. Eldorado ha cedido su lugar a una inmensa villa miseria de humanidad castigada. El Nuevo Mundo de ayer es el Tercer Mundo de hoy, y los sucedáneos de Aguirre, Orellana y Fitzcarraldo ya no exploran febrilmente sus tierras para conquistarlas. Replegados a sus perchas europeas o norteamericanas, ahora sólo las visitan con sanitarias fórmulas éticas. El escritor autóctono que esta visión estereotipada requiere debe ser sanguíneo, fumador, bramante, parte de las multitudes y, si es posible, barbudo. Borges no da con el fenotipo, y su obra cerebral y de cortante textura filosófica resiste la captura.

El corazón de Borges
Williamson se propuso humanizar a Borges yendo en busca "del corazón que late en las profundidades de la obra." Encuentra que el escritor tiene una madre dominante y un padre ineficaz. Y que su obra está marcada por amores trágicos de wagnerianas consecuencias. El problema con este cuadro pop–psicológico es que debe más a la imaginación del profesor Williamson que a los datos biográficos comprobables de la familia Borges–Acevedo. El supuesto amor–pasión por Norah Lange (no correspondido); las desafortunadas metáforas de espada bárbara y daga rebelde que Williamson elige para explicar las desobediencias o lealtades de Borges hacia su madre (espada) y padre (daga) y la historia argentina; su noción de que la perdida Norah Lange se transforma en una esencia comparable a la Beatrice del Dante, y que ese ideal trémulo es por fin colmado en éxtasis por la aparición de María Kodama... todo esto hace a una cansadora e inútil lectura.

En los textos mismos donde Williamson busca pistas para atornillar sus tesis pasan cosas muchísimo más interesantes (y reveladoras de la inteligencia y personalidad de Borges) que su biógrafo descuida. Un par de ejemplos. Según Williamson, un experto en la obra de Cervantes, "Pierre Menard, autor del Quijote", refleja la "frustración de la imaginación creativa de Borges", incapaz de cumplir con el mandato de su padre redimiéndolos a ambos con el logro de un destino literario. Borges se identifica con Menard, "quien, en vez de producir invenciones propias, intenta reescribir el Quijote, corriendo el riesgo de anular su propia personalidad y la de Cervantes". El ensayo sobre Menard tiene ya una larga ejecutoria de interpretaciones, ninguna tan obtusa como ésta. Recuerda aquel chiste hecho por el propio Borges a costa de Caillois, para quien la novela detectivesca tenía sus orígenes en informes policiales (no, como argüía Borges, en los textos deliberados de Edgar Allan Poe). Lo que claramente dice Borges en Menard es que cada lector completa la obra, y que cada época la tiñe con su óptica y sensibilidad particular. Aunque la obra de Menard replica palabra por palabra la obra de Cervantes, se trata de dos obras distintas porque fueron escritas (y leídas) en distintas épocas.

Del libro de ensayos El idioma de los argentinos, Willamson se prende del epígrafe que aparece al comienzo, tomándolo como otra de las "pruebas" del columpiado, secreto amor por Norah Lange. Incomparablemente más revelador en ese libro de juventud es notar de qué modo Borges cuestiona cosas tan básicas para la comprensión de un texto y la formación de sentido como la oración. Toma la famosa frase inicial del Quijote, "En un lugar de La Mancha...", y postula que la palabra clave, La Mancha, carecía de contenido específico para Cervantes: "su realidad era sentimental, no visual". Quevedo, en cambio, por conocer el sitio, es más exacto en su descripción: "Amaneció (en La Mancha): bajeza me parece de la aurora acordarse de tal sitio". Las palabras adquieren sentido por su contexto; sueltas "no existen". Borges en ese ensayo estaba formulando una tesis sobre el lenguaje que recuerda a Wittgenstein: "los límites de mis palabras son los límites de mi mundo."

La importancia de Borges para nuestra literatura, y para la literatura, es su dimensión filosófica. Analizando el perímetro de su criollismo inicial, descubrió que los mitos son más importantes que la historia, que toda comunidad depende para existir de una ilusión compartida, de un acto de fe. Esto vale tanto para la Argentina criolla de indios, africanos y europeos como para la Inglaterra mestiza de celtas, daneses y sajones.

Borges fielmente recrea en su obra los mitos argentinos: en el centro de todos sus laberintos el héroe es matado por el monstruo. Vencen los bárbaros. El hombre de libros, de sentencias, de dictámenes, abierto al universo, encuentra su destino en esa muerte. No puede decirse que este mito no represente la realidad, que Borges no haya entendido lo que representa ser argentino. Tampoco puede decirse que sea un mito necesariamente trágico. En su vocacion universal, el héroe expande los horizontes del grupo, y le da salidas y opciones. Como el trickster de los mitos indígenas de América, Borges ha visto la trama por detrás, entiende que es al mismo tiempo una gran historia y la materia de un sueño.

La biografía de Williamson no tiene nada que ver con este Borges.


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