miércoles, 30 de abril de 2014

Por fin un agente que dice las cosas como son y no se da aires diciendo que es amigo de los editores

La siguiente entrevista con el agente literario Andrew Wylie, firmada por Patricia Kolesnikov, se publicó en la revista Ñ del 26 de abril pasado. La bajada dice: “Es el agente literario más poderoso del mundo. Maneja los derechos de Borges, Nabokov, Sontag, Rushdie... Los editores le temen. En sus respuestas, se entiende por qué”. ¿Acaso por la claridad que lo diferencia de las viejas obesas atiborradas de butifarra? ¿O porque no se trata de un vivillo del montón?

El feroz optimismo del “Chacal” Andrew Wylie

Antes de conocerlo en persona, uno se imagina que Andrew Wylie entra a un lugar como una espada. Brillante, helado, cortando el aire: una espada eficaz y sin firuletes. Por algo, piensa uno, lo llaman el “Chacal”. El contacto por mail con él es más o menos así. El agente literario más poderoso del mundo vino a las Jornadas Profesionales de la Feria del Libro. Una semana antes aceptó recibir preguntas, las contestó en pocos minutos, con convicción, con –la espada– una quirúrgica precisión. Las respuestas a las repreguntas volvieron en segundos.

Wylie (Boston, 1947) representa a escritores y a sus herederos. En la lista están Jorge Luis Borges, Martin Amis, Roberto Bolaño –que le ganó a la otra gran agente, Carmen Balcells–, Italo Calvino, Raymond Carver, Philip Dick, Susan Sontag, Vladimir Nabokov. Jorge Amado, Alessandro Baricco, Saul Bellow, Salman Rushdie, Orhan Pamuk, ¡Martín Sivak! y siguen firmas, siguen hasta unos 700 escritores.

Ha dicho que un buen grupo de escritores hace la fuerza del agente, que para él los editores no son nada, nada, nada, que no le gusta que agentes y editores sean amigos, que esa camaradería le parece algo cercano a la corrupción. Su tarea es sacarles para sus clientes los mayores porcentajes, los mayores beneficios. Y no ser amigo de los editores.

El agente tiene, hoy en día, una batalla por los derechos digitales y una batalla contra Amazon. En la primera, dice que hay que establecer un monto fijo por “copia” digital vendida. Y que después si el distribuidor (¿estamos pensando en Amazon?) quiere vender el ebook baratísimo y perder plata, eso no afecta a los escritores. Contra Amazon la cosa es más a fondo. En 2010 lanzó Odyssey Editions, para publicar en formato digital, sin pasar por las editoriales y directamente en Amazon, algunos clásicos como Nabokov. Esto le serviría, también, para pararse en ese mundo y negociar derechos digitales desde un lugar más sólido: quería llevarlos del 25 al 50%. El mundo editorial reaccionó: Random House, una de las editoriales más grandes del mundo, dijo que si Wylie publicaba sin editoriales, no haría ningún negocio con Wylie, con ninguno de sus autores. Y a pulsear: Calvino, Sontag, Baricco, Borges de un lado; Random del otro. Odyssey no llegó a puerto. Y Wylie empezó a hablar del negocio de Amazon. Su clave, decía, no está en la edición sino en la distribución. “¿Le vendería un libro a Amazon?”, le preguntaron hace poco. “Si uno de mis hijos fuera secuestrado, estuvieran amenazando con tirarlo de un puente y yo les creyera, podría”, exagera.

Habla de literatura. Si Amazon se impone, dice, el mundo será de los best-séllers. Y dice que se trata de leer. De leer buenos libros. Eso. Y es optimista.

–Cada vez hay menos lectores. ¿Cambiará la literatura para adaptarse a esta escasez?
–No creo que haya menos lectores, eso es un mito. Hay cada vez más lectores y la gente dedica más tiempo que nunca a la lectura. Ahora bien; algunos de esos lectores son inteligentes, son los lectores que un escritor espera tener. Y otros están interesados en los chismes, en los deportes, en las vidas privadas de los actores. Estos lectores no le sirven a nadie, salvo a ellos mismos.

–¿El negocio no depende de que haya éxitos masivos como “Cincuenta sombras de Grey”?
Cincuenta sombras... es como La caldera del diablo ; son cosas que llegan y se van. No tienen ninguna importancia, salvo la de poner dinero inmerecido en las manos equivocadas. Y el negocio editorial no descansa en estas modas baratas, pero pasa mucho tiempo tratando de encontrarlas. Es como alguien que compra una casa en el campo y destroza todo el jardín para buscar oro. ¿Qué le queda? Barro, no un jardín. Y una casa es mejor con un jardín.

–Pero los encuentros de escritores, los festivales literarios, los congresos se multiplican. ¿Eso no tiene que ver con la pérdida de lectores? ¿Los escritores deberán hacer tours, como los músicos, para atraer lectores?

–No comparto su pesimismo. Los encuentros, los festivales, son un signo de salud, no de declive. Y no, los escritores no tendrán que recurrir a las lecturas públicas para llegar a lectores interesados. El libro es una maravilla tecnológica, como la bombita de luz. Me va a sobrevivir a mí, a mis hijos y a mis nietos también.

–¿Cuál es el futuro de las ferias del libro, donde se exhiben libros de papel. ¿Las amenaza el libro digital?
–El ebook amenaza sólo a los diarios y a los libros de entretenimiento, o de información, que no querés o no necesitás conservar.

–¿Crecerá la lectura de ebooks? Y si lo hacen, ¿eso cambiará la forma en que la literatura se transmite, en tanto no se pueden prestar o dejar en herencia o que caducarán con su dispositivo?
–Creo que la lectura de libros electrónicos, que llega al 30% en los Estados Unidos, que es donde más se lee, contra el 70% de lectura en papel, existirá para la lectura “desechable”: diarios, novelas comerciales de baja calidad, no ficción vinculada a noticias pasajeras. Los libros electrónicos no tienen nada que ver con una biblioteca, no tienen que ver con la preservación sino con transmitir y desechar.

–El mundo editorial está cada vez más concentrado. ¿Esto tendrá consecuencias en la diversidad de lo que se publique?
–El mundo se está encogiendo y expandiendo a la vez. Encogiéndose en términos de tiempo y espacio, expandiéndose en términos de penetración. El mundo editorial debe responder a la agresión de la expansión veloz del sector de la distribución –representado especialmente por Amazon– consolidándose, para proteger el negocio de la erosión que sufrió la industria de la música con la incursión de Apple. A los escritores les conviene más trabajar con editoriales fuertes. En pocas palabras: la concentración es necesaria y positiva y no afecta de manera adversa las negociaciones.

–¿Hay contenidos que se venden más que otros? ¿Usted discute contenidos con sus autores?
–Es más una cuestión de expresión que de contenido. Uno de los más fascinantes trabajos de este siglo XXI es una inusual novela de seis volúmenes titulada Mi lucha , del novelista noruego Karl Ove Knausgård. ¿Quién se hubiera imaginado que el material de esa novela –la vida del autor– sería suficiente para alimentar seis volúmenes de una obra maestra? Así que no, lo que busco es una página inteligente, no presumo de hacer que un autor se adapte para satisfacer cierto preconcepto de lo que debería “funcionar” para una editorial.

–¿Tampoco influye respecto de la extensión? Hoy se ven libros muy cortos o muy largos.
–No se me ocurriría sugerirle a un autor serio que alargue o acorte un libro. Hay libros completos en 120 páginas, otros necesitan 600. Safo sobrevive en unos cuantos fragmentos, como Heráclito. No quisiera estar en el lugar de sugerirle a Beethoven, por razones comerciales, que los primeros compases de la Quinta Sinfonía son suficientes y que puede descartar el resto.

–¿Está al tanto de lo que ocurre hoy en la literatura argentina?
–Francamente, no. Pero trataré de informarme durante mi visita.


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