lunes, 11 de marzo de 2013

Eso: qué le vamos a hacer

El pasado 4 de marzo de 2013, Ramón Buenaventura –poeta, narrador y traductor español, profesor de Traducción Literaria en el Instituto de Traductores de la Facultad de Filología (UCM)–  publicó la siguiente columna en El Trujamán.

Oso por jabalí

Naturalmente que todos tenemos una lista de errores de traducción más o menos pintorescos, algunos más legendarios que demostrados, como el de aquel entusiasta que traduciendo una novela de Conrad del francés (el hombre no dominaba el inglés, qué le iba a hacer) se encontró con la frase ils jetèrent l’ancre, referida a la tripulación de un barco que entraba en puerto, y tradujo arrojaron la tinta, confundiendo ancre (ancla) con encre (tinta). Luego quedó perplejo unos segundos, y al final tomó la resolución de añadir en nota: «Arrojar la tinta: costumbre de los marineros noruegos consistente en arrojar un tintero al agua cuando su navío entra en un puerto por primera vez». Toma ya...

Yo solía contar a mis alumnos de traducción un caso propio muy instructivo, porque demuestra la necesidad de andarse con siete ojos en el trabajo y, desde luego, la obligación de releer los textos con enorme cuidado.

Hace muchos años, traduciendo una novela de Anthony Burgess (The Kingdom of the Wicked: El reino de los réprobos, Barcelona, Edhasa, 1988) me encontré con una partida de soldados romanos que escoltaban al emperador Trajano desde Capri a Roma y que, durante una pernocta en Ostia, mataban un oso y se lo comían. Me quedé tan ancho. Hasta la corrección de pruebas, a dos dedos del traslado definitivo a imprenta, no di en sorprenderme ante el supuesto hecho de que los legionarios se zamparan un oso para cenar, en Ostia, a unos pocos kilómetros de la Roma Imperial, en el siglo I. De manera que acudí al texto inglés. Y resultó que ahí no ponía bear (oso), sino boar (jabalí).

Es casi imposible evitar estas malas lecturas. De hecho, yo dejé de trabajar en clase con traducciones ajenas y propias porque los alumnos se desmoralizaban ante los errores que cometíamos los supuestos maestros. Se trataba, muchas veces, de tonterías sin importancia, detalles que no influían para nada en la buena comprensión del texto ni en la posible valoración del original, pero el caso era que a cada rato surgía un oso por jabalí. Y no era eso lo que uno pretendía enseñar.

En aquella época adquirí la costumbre, que mantengo, de no enviar ningún texto a la editorial si antes no lo he repasado con mi mujer, ella leyéndome en voz alta el español, yo siguiendo el original. Sí: es una trabajera considerable, gratis pro Deo, pero —lamentablemente— muy necesaria. No ha habido un solo libro aún en que este repaso no haya sacado a relucir diversos errores más o menos graves: omisiones, malas lecturas, frases incomprensibles o absurdas…

Qué le vamos a hacer. Uno es así de torpe.

1 comentario:

  1. La humildad de los grandes. Muchas gracias por compartirlo. Saludos.

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