viernes, 22 de febrero de 2013

Una encuesta para traductores (17)

Desde Israel y Rusia responden otros dos traductores argentinos a la encuesta del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires

Eliezer Nowodworski  
Traductor e intérprete, desde 1979 reside en Israel. El grueso de su trabajo es en el campo técnico y en la localización de software, pero también tradujo una docena de libros (viajes, historia) publicados en España, México, Perú y la Argentina, que le permitieron mantenerse en contacto con los temas históricos, en los que completó sus estudios formales en la Universidad de Tel Aviv.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Creo que la diferencia es grande, como entre una sesión de jamming con amigos, tocando lo que a cada cual se le ocurre, cuando quiere, a diferencia de un recital/concierto en el que hay que ajustarse a una partitura y el margen de improvisación o de cambios es mucho más reducido. En mi propia redacción-tema-la-vaca puedo enfatizar las características que yo quiero y ocultar otras. Algo que sería realmente una infidelidad en el caso de mi traducción de tu redacción. Pese a eso, tu traducción y la mía de la redacción escrita por otro pueden ser diferentes y ambas correctas, pero seguramente tendrán cosas en común, al menos en las ideas reflejadas.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
Lo ideal sería que no se note, pero no ocultarse. Casi todo texto lleva en su ADN genes de la cultura en que surgió y que presentan dificultades en la traducción. Antes que algunos me salten a la yugular por contradecir lo que consideran como un pilar fundamental de la teoría de la traducción, piensen más allá del par de idiomas que cada uno trabaja. O de la decena que quizás domina. Pensemos si cada texto puede realmente ser trasladado a 500-600 idiomas, la décima parte de los idiomas que hay, sin que queden cicatrices visibles.

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
 Hay traductores cuyo perfil mediático, como el de algunos escritores, siempre será destacado y otros que por carácter, talante o lo que sea, les impide exponerse. Creo que la traducción, en general, debe estar en el centro. Lo que importa son los contenidos. En mi lejana cada días más lejana juventud traduje cables de una agencia de noticias para un matutino; el libro de estilo, que eran apuntes mimeografiados, hacían que todos los que estábamos allí tuviéramos un estilo bastante parecido. En todo caso, estaban los correctores que daban un toque mayor a la uniformidad (parafraseando a Les Luthiers: a veces se notaba que a todos los correctores los formó el Reverendo Jones). Para toda la parte de "noticias duras", la invisibilidad del traductor era axioma y me parece bien que en un caso así lo sea.


Alejandro González
Nacido en Buenos Aires en 1973, luego de licenciarse en Sociología en la Universidad de Buenos Aires, realizó estudios de posgrado en Lengua y Literatura rusas, en la Facultad de Filología de la Universidad de Petrozavodsk, Rusia. Trabaja como investigador en filología rusa y como traductor literario y científico del ruso . Su extensa obra como traductor incluye buena parte de la obra de Anton Chéjov,  varios títulos de Fiódor Dostoievski, Ivan Turguéniev, Vladimir Lenin, Lev Trostski, etc.

1) ¿En que se parecen la traducción y la escritura? ¿En qué se diferencian?
Son dos praxis diferentes. El escritor esculpe en y con su lengua una forma. El traductor reproduce en su lengua esa forma ya dada. El problema, quizás, venga por la carga más bien negativa que –todavía- tiene en el pensamiento la palabra “reproducir”, proceso que es visto como “copia”, “réplica”, y no como un acto hermenéutico creativo, intrincado, apasionante y a veces hasta arriesgado. Sobre esto, claro, no puedo menos que remitir a los primeros capítulos del libro Verdad y método, de Hans-Georg Gadamer.

2) ¿Debe notarse u ocultarse el hecho de que un texto sea traducción de un original?
El lector siempre sabe que compra y lee una traducción. Hasta qué punto problematiza eso, es cuestión de cada lector. En lo que al traductor respecta, creo que debe evitar dejar adrede marcas textuales que denoten el origen extraño de la obra. ¿Para qué hacerlo? Basta con que una obra transcurra en el siglo XIX ruso o en el siglo XX alemán para generar el efecto de extrañeza y ficcionalidad en el lector. En inglés llueven “gatos y perros”; si me tocara traducir esa frase no dejaría, desde luego, semejante alegoría, sino que pondría que llueve “a cántaros”. Si la frase es natural en una lengua, debe serlo también en otra. (Obvio aquí, claro está, el hecho de que esa frase pueda estar asociada, por ejemplo, a una conversación anterior sobre gatos y perros, donde en tal caso adquiriría una función concreta en la obra; en ese caso el traductor deberá buscar la manera de resolver el problema). ¿Qué sentido tiene dejar en las traducciones del ruso, por ejemplo, las antiguas unidades de medida y peso, para luego poner el infaltable asterisco y hacer la incombustible nota al pie: “verstá: antigua unidad de medida equivalente a 1,066 kilómetros”? El escritor usaba la unidad de medida que tenía a mano; el traductor debe hacer lo mismo: “3 verstás = 3 kilómetros”.
Por otro lado, me pregunto: ¿qué se supone que le aporto al lector haciéndole “notar” que está leyendo una traducción?

3) ¿Debe ser más visible el traductor que la traducción?
No. ¿Debe ser más visible el escritor que la obra?

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