miércoles, 10 de octubre de 2012

Un diálogo más fecundo con la literatura rusa

El argentino Alejandro González vive en Rusia y traduce del ruso para editoriales de lengua castellana. Por eso, sus reflexiones sobre todo lo que se pierde con las traducciones mediadas del inglés o del francés es más que pertinente. Sobre esto escribió para el número especial de Ñ, dedicado a la traducción literaria.

Una Rusia distinta

La traducción directa de una lengua a otra es, en el fondo, una cuestión de soberanía lingüística, cultural y política. En países como Argentina, tan receptivo a las tendencias académicas y artísticas predominantes en el Viejo Continente, la apertura de canales directos entre el castellano e idiomas tradicionalmente considerados “exóticos” constituye, por tanto, un paso importante hacia la autonomía del pensamiento, hacia la toma de posición respecto a quiénes somos en el mundo, qué nos interesa, qué y cómo vamos a traducir, publicar y leer; en una palabra, hacia la mayoría de edad intelectual.

La historia de las obras rusas y soviéticas que han llegado a nuestras costas es un fiel testimonio de ello. En general hemos leído a los grandes autores de ese país a través del prisma francés –ante todo- e inglés (con esporádicas traducciones realizadas del alemán o del italiano), prisma que, además de lingüístico, es cognitivo: nos circunscribe el horizonte y nos sesga la recepción y comprensión de los textos originales. La carencia de un diálogo directo entre el ruso y el castellano en nuestras tierras ha tenido resultados desconsoladores: grosso modo, no tenemos noticia de la importancia y significado de una obra rusa cualquiera dentro de su propio contexto (y no para Europa), de las cuestiones relativas al estilo de los autores, de las relaciones intertextuales explícitas o implícitas; más aún, carecemos de todo rigor textológico, toda vez que ignoramos la historia de la creación y edición de la obra original (ediciones y reediciones en vida del autor, modificaciones introducidas por los editores a lo largo del tiempo, etc.).

Obviaré aquí las ventajas lingüísticas y estilísticas de la traducción directa, ya que todos las conocen o pueden deducirlas.

Sí me detendré en la traducción científica. Las obras del pensamiento ruso han recorrido un largo camino hasta nosotros, sufriendo toda suerte de vicisitudes en su país de origen (censura, cortes, “arreglos”) y en el extranjero (también recortes, amplificaciones, reordenamientos). Traducirlas del francés o del inglés nos ha privado del derecho a la sospecha sobre la calidad de la traducción y, lo que es más grave, de entrever los conceptos puestos en juego en las versiones originales. Un mero ejemplo de ello: los seguidores de Bajtín manejan el concepto de “discurso ajeno”, “discurso directo” y “discurso indirecto”. Muy bien. Por su parte, los estudiosos de Vigotski han hablado hasta aquí de “lenguaje interno” y “lenguaje externo”. ¿Sabrán unos y otros que ambos autores emplean en ruso la misma palabra y concepto riech, que bien puede traducirse como discurso, habla, enunciación, pero cuya traducción –interpretación- como lenguaje obedece más al enfoque estructuralista vigente por entonces en Europa y Estados Unidos que a lo que indica la palabra rusa y, por caso, la pluma marxista de Vigotski?

En otro ámbito, ¿cuántos académicos, investigadores y militantes de izquierda están al corriente de que el libro que conocen como “Literatura y revolución”, de Lev Trotski, no es más que la primera parte del original ruso, ya que la segunda parte nunca ha sido publicada en inglés, francés ni, por ende, castellano*?

Durante el siglo XX, las esporádicas traducciones que se hacían del ruso en Argentina no podían, desde luego, contrarrestar la práctica general ni, mucho menos, sentar las bases para una tradición. En los últimos años, un reducido grupo de traductores ha comenzado a trabajar directamente con la lengua de Pushkin; entre los más prolíficos cabe mencionar a Fulvio Franchi, Omar Lobos y quien humildemente escribe estas líneas. Todos estamos abocados a dar a conocer una Rusia distinta a la que conocíamos y más “nuestra” a la vez. Queda aún mucho por recorrer; esperemos que estos sean los primeros pasos de un diálogo más fecundo que nos conduzca a una deseada madurez en este campo.


* La editorial argentina RyR publicará, a fines del presente año, la versión más completa del texto en Occidente.

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