miércoles, 11 de enero de 2012

Un estudio sobre la vida intelectual chilena (segunda parte)



La calle Ahumada, esquina Huérfanos, en Santiago de Chile, 1930
 Segunda parte del artículo de de Bernardo Subercaseaux, publicado en la Revista chilena de literatura, n.72 Santiago de Chile,  abril de 2008, comenzado a publicar en el día de ayer.

Editoriales y círculos intelectuales en Chile 1930–1950

Flujos, redes y ámbitos de sociabilidad 
Tras la expansión editorial delineada subyacen ciertos ámbitos de sociabilidad intelectual, literaria y política que se inscriben en una larga serie de relaciones, flujos, redes, cruces y sinergias entre las elites intelectuales y culturales de América Latina. Redes que son a veces políticas, a veces disciplinarias, a veces artísticas, a veces religiosas, a veces teosóficas, a veces masónicas, a veces alimentadas por la condición misma de exiliado político, y a veces algunas o todas estas posibilidades superpuestas o cruzadas. Son espacios de sociabilidad que se vienen repitiendo en sucesivas oleadas desde los años de la independencia en el siglo xix hasta el presente, hasta un hoy, en que todo indica que las migraciones están motivadas más por razones económicas y son de sectores populares y no de las élites.

Cabe preguntarse, ¿cómo se tejían y cómo funcionaban estas redes intelectuales y de exiliados en el período que estamos considerando? Cuando en 1923 Mariano Picón Salas llegó a Chile, era solo un joven que aún no había iniciado su formación universitaria. Picón Salas recuerda que en una oportunidad visitó al escritor Eduardo Barrios (1884–1963) quien lo acogió y lo invitó a participar en las tertulias literarias que se llevaban a cabo en su propia casa12. Tertulias que le abrieron las puertas a numerosos contactos y amistades. Eduardo Barrios era ya un novelista consagrado, había sido Ministro de Educación y ejercía en ese momento el cargo de Director de Bibliotecas. ¿Qué fue lo que hizo posible que el joven venezolano fuese recibido e invitado a sumarse a esas tertulias? Eduardo Barrios tenía inclinaciones teosóficas, pero no parece haber sido ese el punto de contacto. Aunque Picón Salas no aclara los detalles de la relación, deja entrever que se acercó a Barrios así, sin más, tocando la puerta, y que éste lo acogió también así, sin más, por el solo hecho de ser un latinoamericano, alejado de su país, y porque ambos compartían intereses literarios. Se trata de actitudes y de relaciones que difícilmente se darían hoy en día, o que probablemente requerirían al menos de un conocido común o de una carta de presentación.

Durante esos años operaba un imaginario latinoamericano que hacía, sin embargo, perfectamente posible lo que ocurrió: hablamos de una suerte de nacionalismo continental, de una opción compartida entre escritores e intelectuales por transformaciones sociales o por un socialismo enraizado en nuestras realidades y en nuestro pasado histórico cultural. Figuras como Simón Bolívar, José Martí, Emiliano Zapata y Augusto César Sandino, o acontecimientos como la revolución mexicana eran emblemáticos de esa sensibilidad. La revista Repertorio Americano (1919–1959), dirigida desde Costa Rica por Joaquín García Monge, fue una importante promotora de este clima. En la revista de García Monge no solo aparecen colaboraciones de escritores, intelectuales y corresponsales de toda América Latina, sino también, en ocasiones, avisos requiriendo solidaridad en un plano que iba más allá de las letras. Se da, por ejemplo, la información de que a un determinado escritor se le incendió la casa, para el que se pide ayuda a los congéneres de todo el continente. Estaba instalada en el imaginario colectivo progresista una suerte de confraternidad americana, una red y una cofradía, un imaginario preexistente que hacía perfectamente posible y esperable, por una parte, la visita de un joven "exiliado" venezolano a un escritor consagrado, y por otra, la acogida cálida de ese escritor que ocupaba altos cargos en la administración del Estado.

Así también debe haber ocurrido con varios de los más de 300 peruanos exiliados, avecindados en Chile, la mayor parte de ellos pertenecientes al APRA13. La Alianza Popular Revolucionaria Americana condensaba en su sigla todo un pensamiento y programa muy en boga en la América Latina de entonces. Los peruanos deportados entre 1930 y 1945 celebraban el ambiente de libertad que se vivía en Chile, incluso refiriéndose al segundo gobierno de Alessandri Palma (1932–1938). Luis Alberto Sánchez, intelectual y político peruano, figura clave durante el exilio aprista, vivió y trabajó en Chile por casi 15 años. En la bitácora de su estadía relata la estrecha aunque no siempre permanente amistad que lo unió a varios escritores y críticos locales, entre otros, a Pablo Neruda, Alberto Romero, Rafael Maluenda, Raúl Silva Castro, Julio Barrenechea, José Santos González Vera, Vicente Huidobro, Gabriela Mistral y Mariano Latorre. Fue fundamentalmente una sociabilidad literaria, que abarcó también a algunos escritores de otros países avecindados en Chile, como al poeta argentino Alberto Ghiraldo, a quien Luis Alberto Sánchez recuerda siempre con el epíteto de "el escritor que había sido amigo de Rubén Darío". El que destacará en sus recuerdos a Ghiraldo no por su reconocida filiación anarquista14 sino por su patrimonio literario, poniendo en evidencia que más que un espacio de confraternidad ideológico política se trataba de una confraternidad literaria, en la que coexistían distintas e incluso a veces hasta opuestas sensibilidades estéticas.

Luis Alberto Sánchez ocupó un rol destacado en la editorial Ercilla, en la que trabajó con algunas intermitencias desde 1934 hasta 1945. El presidente y financista de la editorial era Ismael Edwards Matte (1891–1954), arquitecto y político que, a pesar de su filiación liberal, ejerció como Director del Departamento de Radiodifusión en el primer gobierno del Frente Popular. Luís Alberto Sánchez lo recuerda como un financista generoso y abierto, que dejaba hacer. El gerente era Laureano Rodríguez, argentino casado con peruana, que había vivido y trabajado en Lima. Como ya señalamos, Luis López Aliaga, Manuel Seoane, Bernardo García Oquendo y el poeta Juan José Lora, todos exiliados peruanos, encontraron trabajo en editorial Ercilla. Manuel Seoane dirigía la revista de política y miscelánea Ercilla; la editorial publicó también durante un tiempo libros señalizados de interés general –por ejemplo, Las Confesiones de San Agustín–en el semanario Excelsior y con formato de periódico. No sin razón –dice el propio Sánchez–se rumoreaba que Ercilla era una editorial peruana.

La traducción fue una tarea constante, el escritor recuerda haber traducido L'Espoir de André Malraux en 21 días, "la velocidad –dice–con que tuve que revisar el manuscrito de Gone with the wind, la celebre novela de Margaret Mitchell, me significó una intervención quirúrgica oftalmológica"15. Colaboraban también como traductores varios críticos y escritores chilenos, entre ellos Hernán Díaz Arrieta (Alone), y también peruanos: Ciro Alegría, el poeta Alberto Hidalgo y el economista Carlos Manuel Cox, todos ligados al APRA. Recordemos que la editorial llegó a lanzar un título por día. En gran medida, los motores de esta actividad editorial –con Luis Alberto Sánchez a la cabeza–fueron peruanos. Tuvo sucursales en Caracas, Buenos Aires, México, Costa Rica y Montevideo, además de agentes en las principales ciudades del continente. La diaspora del APRA a distintos países de América Latina resultó instrumental para establecer esa red de agentes y contactos. Luís Alberto Sánchez y el equipo peruano fueron en cierta medida impulsores de este proceso. También trabajaron en la editorial otros exiliados, por ejemplo, el ecuatoriano Alfredo Pareja Diez–Canseco, encargado de la distribución de las publicaciones en la ciudad de Antofagasta. Maynadé, el editor barcelonés, se incorporó a Ercilla, retirándose más tarde para instalar con el suizo Hans Schwalm la imprenta Hispano–Suiza, en que se imprimían parte de los libros de la editorial.

Pero la editorial Ercilla no sólo fue una oportunidad laboral o de supervivencia para algunos exiliados peruanos, fue también un espacio que les permitió incidir en las líneas editoriales y en lo que se publicaba. Ya mencionamos los libros de Haya de la Torre. Pero los hubo también sobre figuras y temas emblemáticos para el APRA, como Simón Bolívar y Augusto César Sandino, o sobre la revolución mexicana y el imperio incaico, figuras y temas vinculados a su perspectiva indoamericana, autoctonista y antiimperialista. "La unidad indoamericana de los apristas parecía estar jalonada por una no confesa imagen de la grandiosidad imperial incaica"16. De hecho, sobrepuesta a los espacios de sociabilidad literaria y de exiliados, a veces por debajo y a veces también por arriba de ella, funcionó entre los desterrados peruanos una bien articulada red política.
El Comité Aprista de Chile fue uno de los más activos del Continente, no solo se ocupó de organizar el trabajo en el país y de apoyar la instancia conspirativa que estuvo a cargo del General peruano César Pardo, avecindado en Viña del Mar, sino que también se ocupó de las discrepancias ideológicas y de los problemas que se dieron en México y en otros países del continente, sobre todo en relación con la línea anticomunista y antisoviética propulsada por Haya de la Torre a partir de 1928, línea que se oponía a los Frentes Populares en que tuviera presencia el Partido Comunista. Esta postura, que fue más o menos fielmente seguida por el Comité de Apristas Chileno –del que Luís Alberto Sánchez fue actor principal–, llevó a los peruanos a aproximarse al trotskismo y a la revista Babel, revista que se había editado antes en Buenos Aires y que en su segunda época se editó en Chile. Decimos "más o menos fielmente", porque a pesar de que Haya de la Torre se había distanciado en 1928 por discrepancias ideológicas de José Carlos Mariátegui, en 1930, Luis Alberto Sánchez, recién llegado a Santiago, hizo gestiones con el Rector de la Universidad de Chile para conseguir una invitación para Mariátegui, y apoyar la posibilidad de una operación en Buenos Aires, gestión que debido a la muerte del director de Amauta no alcanzó a concretarse17.

Haya de la Torre, desde su confinamiento o desde su exilio mexicano, les mandaba recomendaciones a los apristas desterrados: "no jaraneen –les decía–no se sensualicen, no pierdan el tiempo", trabajen por la causa (Ricardo Melgar Bao 2003), al mismo tiempo les advertía contra "el intento ruso de sovietizar y rusificar el mundo" y contra el remedo de los frentes populares europeos. Luis Alberto Sánchez, paralelamente a su red de amigos intelectuales y literarios, entabló relaciones de amistad y sociabilidad con una serie de destacados políticos chilenos, pertenecientes en su mayoría al partido socialista con los que el APRA tenía gran afinidad ideológica (en la perspectiva de un socialismo enraizado en América Latina y no importado desde la URSS). Entre ellos, con Eugenio Matte Hurtado, Marmaduque Grove, Oscar Schnake, Astolfo Tapia y Salvador Allende (todos ellos miembros de la masonería). También con algunos políticos radicales, no así con políticos comunistas. Los problemas internos del Frente Popular que gobernaba Chile no molestaban a los apristas, más bien confirmaban las advertencias de su líder.

Cabe preguntarse ¿qué relaciones se dieron entre estas distintas redes y espacios de sociabilidad?, ¿entre la cofradía literaria, la de exiliados y los flujos y redes político–ideológicas? En el caso de los desterrados peruanos apristas, a juzgar por las memorias de Luís Alberto Sánchez, lo político en su espectro más fino (y filudo) aparece como un factor determinante. En su libro Visto y vivido en Chile. (Bitácora chilena 1930–1970), queda claro que la amistad literaria del escritor peruano con Pablo Neruda (a quién está dedicado el libro), se distanciaba y enfriaba en la misma medida que Neruda asumía posturas militantes pro–soviéticas; otro tanto ocurrió con su amistad con Salvador Allende. También queda claro, que en ocasiones, como sucedió con la caída de la República en España o con el golpe militar en Chile, ese hielo tendía a desaparecer. "La derrota de los republicanos en España aceleró el proceso de aglutinamiento en Chile. En las kermesses, rifas, funciones teatrales a beneficio de los republicanos españoles, se soldaban las diferencias internas... La guerra civil derribó los tabiques que nos separaban"18.

Puede concluirse que los espacios de sociabilidad y las redes que se dieron entre intelectuales y políticos latinoamericanos entre 1930y 1950, estuvieron en gran medida condicionadas por caudillos y gobiernos autoritarios en Venezuela, Perú y Bolivia, y también por un Chile que recién salía del gobierno autoritario y militarista de Carlos Ibáñez del Campo (1927–1931). Fueron flujos y redes diversas, literarias, de exiliados o políticas, a veces provisorias y a veces permanentes, pero también en ocasiones semi ocultas, como las vinculadas a flujos teosóficos o de la masonería. Entre estas redes y espacios de sociabilidad se dio una compleja malla de interacciones, de amistades, disonancias e intercambios, en que lo político aparece, en última instancia, como un factor determinante de lo perdurable, de los quiebres y también de los momentos en que se descongelan los hielos. Algo no muy diferente ocurrirá con las amistades literarias y las redes latinoamericanas en la época del boom y de la revolución cubana.

Con respecto al período 1930–1950, y a las interacciones y redes que se dieron en él, falta, sin embargo, aún mucho por investigar. Resulta necesario, por ejemplo, llevar a cabo una investigación transfrontenza de los flujos del exilio español, como también dilucidar la real incidencia de las redes teosóficas y masónicas en América Latina. Lo que sí no cabe duda es que en la época de oro del libro en Chile los espacios de sociabilidad literaria y política que hemos descrito, contribuyeron significativamente a la expansión editorial; a su vez, lo que ocurrió en el campo del libro y las editoriales durante esos años constituye una valiosa fuente para rastrear la historia de las elites intelectuales y culturales del continente.

Notas:
12 Picón Salas, Mariano. Regreso de tres mundos (Un hombre en su generación), op. cit.
13 Melgar Bao, Ricardo. Redes e imaginario del exilio en México y América Latina: 1934–1940. Buenos Aires: Libros en Red, 2003.       
14  Olalla, Marcos. "El ensayo político anarquista en Argentina. Historia, política y literatura en Los nuevos caminos, de Alberto Ghiraldo". Cuadernos del Cilha, 9, Mendoza, 2007.       
15 Sánchez, LuisAlberto. Visto y vivido en Chile (Bitácora chilena 1930–1970), op. cit.
16 Melgar Bao, Ricardo. Redes e imaginario del exilio en México y América Latina: 1934–1940. op. cit.
17 Sánchez, Luis Alberto. Visto y vivido en Chile (Bitácora chilena 1930–1970), op. cit.
18 Sánchez, Luis Alberto, op. cit.

1 comentario:

  1. Cuando Picón Salas fue recibido por Eduardo Barrios, en 1923, estoy seguro que no lo consideró un joven "latinoamericano", sino un joven "americano". Es notable, y sintomática,la pérdida cultural que hemos sufrido en este continente con la absurda "latinización" que hoy sufrimos.

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