sábado, 12 de noviembre de 2011

Eliseo Diego traductor

Una evocación realizada por Lourdes Arencibia Rodríguez y publicada en Cuba Literaria, del 19 de octubre pasado, a propósito del poeta cubano Eliseo Diego (foto; 1920-1994) y su poco conocida labor como traductor.




El aroma de la traducción en Eliseo Diego
o “la difícil suspensión de la incredulidad”

Nos convoca en esta ocasión una celebración de gran calado: un cumplido homenaje a Eliseo Diego en la propia fecha en que sus restos ya descansaron en su amado país. De ahí el titulo que inspira nuestras sencillas y emocionadas palabras de fervorosa recordación.

Ya en la portadilla de Los riesgos del equilibrista, título que la editorial Letras Cubanas de nuestro Instituto del Libro dedica al medular ensayo sobre la obra de Eliseo escrito por la profesora Mayerín Bello, se señala que “durante años la narrativa de Eliseo Diego padeció la desatención de la crítica, seducida ante todo por el esplendor de su obra poética”.1 ¿Qué decir entonces de la difusión de su obra traductora, cuya timidez prácticamente nos retrasó durante años la sospechada confirmación de la existencia de versiones en nuestro idioma que eran y son acercamientos valiosísimos de un traductor de su talla a nombres imprescindibles de la literatura universal?

La materialización de hallazgo semejante viene hoy a enriquecer el corpus que compone Conversaciones con los difuntos, compilación de casi una treintena de traducciones de autores de lengua inglesa que por fortuna reeditó en 2005, para el lector cubano, el sello Arte y Literatura en su colección Lira; fue, precisamente, lo que nos incitó a los traductores literarios a revolver la obra y los papeles del poeta traductor. Así, las versiones y acercamientos de Eliseo anunciados acá son las de La tumba de Arturo, de Chesterton, prácticamente inédita hasta la fecha e incluida en primicia en este trabajo gracias a la inmensa generosidad de Fefé,2 los también desconocidos fragmentos de La balada de la cárcel de Reading, de Wilde, una obra importantísima que, aunque el traductor no pudo terminar de volcar a español, fue un proyecto que lo enamoró durante una buena parte de su fecunda existencia, y los capítulos de Winnie the Pooh, que felizmente acaba de dar a la estampa el sello editorial Gente Nueva completados por la mano amorosa y sensible de su hija.

“Toda traducción es imposible, hoy lo sabemos. Pero también la poesía es imposible y no vacilamos en acometerla con audacia y temor y a veces hasta con no mala fortuna”, nos dice Eliseo con ejemplar sencillez. “Mis puntos de vista en torno al fascinante aspecto del proceso creador que llamamos traducción no pueden ser más simples (…). Una buena traducción, me parece, no puede aspirar a más que a evocar una sensación similar a la del original en la nueva materia idiomática donde ha encarnado”.

A propósito de las baladas con que Ruyard Kipling solía iniciar y terminar sus cuentos, que fueron objeto, por cierto, de su propia selección para traducirlas, Eliseo comentaba que las conocidas versiones al español de esas baladas eran siempre muy literales para su gusto, si bien era consciente de que en la balada el ritmo y la rima eran esenciales.3
Sobre un tema tan polémico como es el del mantenimiento del ritmo y de la rima en la traducción de la poesía, Eliseo confesaba que personalmente “había procurado ceñirse a las posibilidades del español en ciertos momentos sin hacer mucho caso de las rígidas convenciones de nuestra versificación. Para mí, es esencial el principio de la naturalidad. Jamás he considerado el ritmo y la rima como malabarismos de virtuosista, sino como esenciales factores de significación dentro de la totalidad significante del poema”.
Y cuando se planteaba lograr una mediación aceptable y un acercamiento decoroso al original, con su proverbial modestia reconocía que, en ocasiones, había pasado mucho trabajo y acudido a no pocas licencias, y se preguntaba:

acaso lo que uno aprende a amar en otro idioma, ¿no se vuelve de algún modo nuestro y no susurra dentro de la entraña con el rumor de ser propio? No pretendí entonces más que haber atendido a ese rumor tan intensamente como lo permitió mi torpeza, en la esperanza de traspasarlos a quienes no tienen la dicha de poder sumergirse en el solemne fluir de los ritmos ingleses y ofrecerles un eco, al menos, de una singular como curiosa forma de acercamiento a la poesía.4

Por eso ―ojo― recibamos con mucha atención el siguiente y medular comentario de alguien que nos hace partícipe de todos sus secretos como un traductor revelador de mundos y que, cuando nos dejó como herencia el tiempo, nos legó, además, maneras de ver y miradas que proponen: “Si en una conversación mencionamos Don Quijote de la Mancha, nadie recordará la obra completa, capitulo tras capitulo, pero experimentará de inmediato la sensación, la impresión, el sabor, el aroma Don Quijote de la Mancha, inconfundible, único, radicalmente distinto al sabor, el aroma Hamlet o La Metamorfosis…”.5

Así, aplicando ideas que, en puridad, me vienen de Octavio Paz y de Derek Walcott, pero que me place evocar aquí pensando en Eliseo, creo que el traductor más genuino ―máxime si, además, es escritor― es aquel que no ve el lenguaje como un proceso lingüístico, sino como un elemento vivo, en la medida en que toda palabra posee en sí misma una pluralidad de sentidos.6 Su originalidad emerge solo cuando ha absorbido toda la poesía que haya leído, íntegra.7 Únicamente entonces, deviene un ser que, al crear un lenguaje, se ha creado a sí mismo.

Llama mi atención, además, en Eliseo, su concepto visual del discurso. Creo que es de aquellos que no solo explota el perfil letrado del mensaje original, sino que es también consciente del universo que abren al sentido las posibilidades expresivas de la visualidad. En su lenguaje, identifico nociones de distribución y composición de una superficie que trasciende lo lingüístico, al punto de atreverme a decir que, cuando sintetiza trazos en el tratamiento de sus cuartillas, desarrolla precursoramente una propuesta para el acompañamiento gráfico de los textos y abre el camino al binomio arte-literatura traducida. Por eso, si alguien me pidiera definir con una palabra la calidad más sobresaliente en el estilo de nuestro traductor, sin vacilar diría que, para mí, Eliseo es el traductor del equilibrio sensorial.

Pensar, pues, en el lenguaje del Eliseo traductor como necesidad asumida, desde la poética y la cultura, es entonces pensar, ante todo, en alguien que, a la par que se construye a sí mismo, entabla una suerte de diálogo modelador con su lector, con la fuerza y, sobre todo, con el equilibrio de quien transmite verdades definitivas.

“No había nombre para nosotros en el viejo gong de bronce de la antigua morada”, decía Saint John Perse. Y he aquí que nos llegan Eliseo y La tumba de Arturo con sus baladas y el tiempo, para dejarnos el tiempo y sus baladas, sus baladas y el tiempo, el tiempo… el tiempo…

A través de las rocas y las secas raíces,
las raíces postreras del gran fresno de Glaston
muerto está el rey que nunca nació
muerto está el Rey que no morirá.
Entre arcaicas pirámides lo encontraron a él,
en las tierras sombrías, en las tierras de abajo,
ni rasgaron sudarios, ni hubo rodar de losas,
ni tapas de ataúdes que alzar.
Pero los grandes huesos como columnas yacen,
como torres dispersas de una ciudad raída,
muerta bajo un destino que la piedad más viejo
(muerto está el Rey que no muere jamás)
Enroscado a su izquierda desde cuello a rodilla,
enorme y hueco adentro está el cuerno ceñido,
blanco como el gusano que a la Tierra devora,
y con las frías serpientes que esculpiera la mar.
Bien ceñido al costado, en el polvo ya gris,
se ve el vasto diseño de la cruz de la espada,
donde se representa la Venida de Cristo,
dorada por las trompas de su Juicio Final.
Entre primero y último, aquí yace tendido,
y en medio de mentira y verdad sueña él,
nacido sin nacer en el mar de las fábulas,
armado entre los muertos hasta que estén de pie.
Y atrás y hacia delante como hacen las campanas
y adelante y atrás en el ritmo de Roma,
arrecia la tonada que se burla del tiempo
anunciando la nueva que ninguno dirá.
En la quieta hondonada donde el tiempo no existe
o se funden los tiempos y se cambian y mezclan
en el vidrio en que Dios a mañana recuerda
o mira en el futuro el tiempo que pasó.
Donde Dios mira atrás el día que vendrá
y los cielos aguardan por ayer todavía;
en la luz donde el tiempo nos será arrebatado
y el alma que ve todo está libre por fin.
A las runas leeremos aunque adrede se truequen
y el enigma sabremos que al saber deja atrás
sobre el Hombre nonato, el que siempre retorna,
el que se tarda siempre hasta que vuelva Dios.
Y así por siempre hasta que la muerte descubra
por qué la luz afirma lo que el sueño nos niega.
y la Saga y el Hombre que se han separado
como amantes se vuelvan a ver.
Un sueño llamará por el cuerno bramando
“Muerto está el Rey que nunca nació”,
y una trompeta desde la Cruz responde
“Muerto está el Rey que no morirá”.

Notas:
1- Bello Valdés, Mayerín: Los riesgos del equilibrista. Premio Alejo Carpentier de Ensayo 2004. Editorial Letras Cubanas, Instituto Cubano del Libro, 2004. 311 pp.
2- También la hemos hecho llegar, con el consentimiento de Fefé, a Ricardo Silva Santiesteban, conocido traductor y editor peruano, director de la colección El Manantial Oculto, donde, en su momento, se publicara la traducción de Cintio Vitier de las Iluminaciones de Rimbaud.
3- Conversaciones con los difuntos. Selección y traducción de Eliseo Diego. Ed. Arte y Literatura, Instituto Cubano del Libro, 2005. 120 pp.
4- Op. cit., pp. 14-15.
5- Ibíd., p. 5.
6- Paz, Octavio: El arco y la lira. Fondo de Cultura Económica. Octava reimpresión, Madrid, 1992, p. 47.
7- Walcott, Derek: “La musa de la historia”. Fragmentos. Aire Fuerte. En: La Letra del Escriba, nro. 75.

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