miércoles, 3 de agosto de 2011

Por qué una palabra o concepto definen una cosa




La nota se subió a Ñ digital el 27 de julio pasado, con firma de Ivanna Soto. Trata sobre la reciente publicación de Historia de las palabras  del argentino Daniel Balmaceda, quien explica las razones de su libro y de su amor por las palabras.






Ciertas palabras encierran una magia,
y son la que se establecen

¿Cuántas palabras tiene nuestro vocabulario? Nada más inasible. Todos los días, entre intercambios mínimos, debates, chistes y declamaciones acudimos a nuestro acervo de palabras cuyo origen –en su mayoría– desconocemos. Como si el mundo hubiera nacido con ellas. En Historia de las palabras (Sudamericana), el escritor e investigador Daniel Balmaceda se propuso meterse de lleno en la vida, desarrollo e incluso la muerte de muchas de ellas, principalmente las que tienen en su origen una anécdota.

“Mi interés por las palabras viene de chico. Siempre me daba curiosidad tratar de entender por qué una palabra o un concepto definía una cosa”, señaló Balmaceda, que aclaró que no se trata de un libro de etimologías sino uno que encuentra la tragedia, el romance o la comedia que hay detrás de cada término. Tantas palabras como historias se cuentan en breves capítulos. Algunas que adquirieron peso por quienes las pronunciaron o las inventaron; otras surgidas de una lengua hablada por pocos que, sin embargo, trascendieron su ámbito y su tiempo.

En algunos casos, el ejercicio es muy simple, como en “persiana” –que proviene de Persia; “armario” –por el lugar donde se guardaban las armas; “desayuno” –salir del ayuno; “secretario” –el que guardaba los secretos del Rey; o “compañero” –quien comparte el pan. En otros casos, su origen se puede rastrear en acontecimientos aparentemente casuales, como los productos que llevan el nombre de su inventor, que transformó su apellido en marca y luego se convirtió en sustantivo: la famosa maquinita de afeitar que se llama “Gillette” por el apellido de su creador, King Camp Gillette; o el contendor de comida “Tupper”, por Earl Silas Tupper; o el combustible “Diesel”, por su inventor Rudolph Christian Karl Diesel; el “jacuzzi”, bañera de lujo famosa en los hoteles de categoría, que se llama así por el apellido de su inventor, quien adaptó su bañera con motores para el tratamiento médico de su hijo.

Sin embargo, “que trascienda una palabra es casi un hecho fortuito”, explicó Balmaceda. Un caso paradigmático es el de Charles Cunningham Boycott, la persona que fue castigada por sus vecinos y derivó en la palabra “boicot”; o el verbo “linchar”, proveniente del deseo de hacer justicia por mano propia de William Lynch. “Son palabras que pudieron haber cambiado a otras y, sin embrago, la forma en que suenan y se emplean hace que se extienda a grandes grupos y termine arraigándose”, sostuvo. De este tipo de términos también hay un ejemplo argentino nacido en 1870 en el Delta de Tigre donde Floro Madero, después de comer un bol de batatas no pudo dar un discurso porque, como dijo, se sentía completamente “abatatado”. Esto sucedió en un grupo de 20 personas, pero fue tan festejado y la anécdota se esparció tan rápidamente que el término sigue utilizándose.

Pero no todas las palabras se extienden por igual. “Eso forma parte de un sentido de propiedad que tiene cada grupo. El emplearlas y el ser exclusivas de ese grupo les da un sentido de pertenencia y por eso se emplean de esa manera”, sentenció.

Dada la dinámica del habla, constantemente la lengua se renueva y da lugar a nuevos términos, algunos sobreviven y otros perecen. “El español, sobre todo, ha tenido un fuerte arraigo a partir de 700 años de dominación árabe en España, además del gran aporte de todas las lenguas americanas. Eso hace que la lengua tenga vida, porque si dejara de nutrirse de otras lenguas caería en desuso”, explicó Balmaceda.

¿Cómo saber cuál es el verdadero origen de una palabra? “Puede haber respuestas muy variadas para la resolución del origen de una palabra”, admitió el autor. “Lo más importante es utilizar el sentido común para entender que a veces a determinadas palabras se les asignan contextos anacrónicos: una palabra nacida en el siglo XIX no puede haber sido originada por un hecho ocurrido en el SXX. Son clásicas deformaciones y desvíos”.

Balmaceda comenzó a escribir sobre la historia de las palabras años atrás en la revista Ideomanía, en especial acerca de términos de origen quechua, náhuatl, maya y de la cultura taína que los colonizadores españoles tomaron del continente americano, como “tiburón”, “huracán”, “chocolate”, “tomate”, “canoa” o “hamaca”, que aportaron hallazgos que modificaron las condiciones de vida de los tripulantes. Además de éstas, entre sus palabras preferidas el autor destacó “sinceridad”, originada de cuando se quitaba la cera de la miel, al retirarla del panal, se dejaba la miel pura, sin cera. Y también aquellas que comienzan con el prefijo des: “desastre” sin astro; “destino” –sin capacidad de acertar; “despabilar” quitar el pabilo de la vela; y las más simples: “descorchar”, “desvalijar”, “desviar”, “despistar”, “descubrir”, “describir”, “desarrollar”, “desenvolver”, etc.

El libro también abarca frases o palabras que nacieron en Europa y llegaron a nuestro país de la manera más insólita, como la frase popular en el ámbito teatral “mucha merde”. Con cierta lógica, la acumulación de bosta de caballos en la puerta de un teatro significaba mucha asistencia. Y aunque afortunadamente hoy esto ya no sucede, la frase se sigue utilizando.

Y también el autor puso el ojo sobre aquellas palabras que provienen de onomatopeyas. “Enchufar” (chuf), “traqueteo” (trac-trac), “burbuja” (burb), “zumbido” (zumb), “bombo” (bom-bom), y “tocar” (toc-toc). Pero esto no sólo se da en el español, sino en todos los idiomas. “Para nosotros, un golpe de puerta, se parece más a un “toc”, en cambio, para los ingleses, el ruido de la puerta se traduce como “knock”. La genética de un idioma es la que nos permite escuchar sonidos de determinadas maneras distintas a los de otros idiomas y por eso les damos distintos nombres”.

"Hay que utilizar las palabras a conciencia”, recomendó este fanático de los detalles, que abre un mundo a una historia que, por ser de nuestras palabras, es también de nuestra propia idiosincrasia.

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