viernes, 26 de noviembre de 2010

Engelbert Humperdink nunca pudo ser Tom Jones ni tampoco compuso ópera alemana, aunque sí, pero era el otro.

El 25 de octubre pasado, nuestro ya conocido Rafael Carpintero Ortega publicó en El Trujamán un artículo a propósito de las notas al pie de página que vale la pena leer.  Se transcribe a continuación y se ilustra con foto del Engelbert Humperdink británico –no el compositor alemán–, acaso uno de los cantantes más grasas (para los amigos españoles, cutres) de la historia.

A vueltas con las notas (como siempre)
Hace unos días una compañera del departamento de traducción (yo estoy en el de Lengua y Literatura Españolas) me pasó las actas de un congreso en el que había presentado una ponencia sobre las notas del traductor. Por casualidad, en el libro había otro artículo que me interesaba y que también trataba del mismo tema. Poco después en El Trujamán me encontré un texto de M.ª Teresa Gallego donde se preguntaba si no habría tenido una actitud equivocada con las notas del traductor renegando de ellas.
No nos engañemos, en España a las editoriales que publican libros que pretenden vender lo más posible, no les gustan en exceso las notas, sean de quien sean. Para eso están las editoriales universitarias que publican clásicos. Además, la desconfianza habitual hacia los traductores provoca que incluso en algunas ediciones de clásicos universales el prólogo y las notas no los escriba el traductor, sino alguien de más, digamos, prestigio.
Teniendo presente la realidad española, cabe suponer mi asombro cuando vi en la versión francesa de un libro que estaba traduciendo numerosas notas, sobre todo de referencias culturales. Y con esto volvemos al otro artículo que aparecía en las actas del congreso de marras. En él, los autores (eran dos) comentaban muy negativamente la carencia de notas en una traducción, precisamente al francés, e incluso hablaban de la necesidad de incluir un glosario para los términos histórico-culturales. Lo cierto es que sus propuestas me parecieron una exageración. Por el contrario, el artículo de mi compañera/amiga era muy crítico con el exceso de notas porque, argumentaba, eso implica que el lector de la traducción puede llegar a disponer de más información que el lector del original. En Turquía es muy común que en las traducciones «de prestigio» el traductor haga un despliegue de erudición suponiendo que cualquier lector de la obra original dispone de un saber enciclopédico como el suyo (la otra posibilidad es que se haga por presumir, que de todo hay).
No obstante, tanta nota tiene sus peligros, sobre todo cuando se carece de cierta culturilla. Recuerdo un libro en el que se hablaba sobre el Londres de los años sesenta con multitud de referencias culturales pop del tipo de «campos de fresas para siempre». La editorial y la traductora, bastante bisoña y antigua alumna nuestra, se empeñaron en que había que aclararlas todas porque dudaban mucho del coeficiente intelectual de sus lectores (y aquí habría que preguntarse para qué publican libros tan exquisitos). Una vez publicada la obra, me encontré con una bonita perla fruto de la Wikipedia. En el libro se mencionaba a Engelbert Humperdink, supongo que junto a Tom Jones. Pues bien, nuestro cantante melódico se convertía en la nota, por obra y gracia del exceso de información poco contrastada, en un compositor de ópera alemán.

¿Son acaso las notas lo que da prestigio a una obra? Si el propio autor no considera necesario dar determinadas explicaciones, bien porque crea que no hace falta o bien porque sólo quiere dirigirse a un puñado de lectores exquisitos, ¿por qué va a aclararlo el traductor? Y aquí se nos plantea una interesante cuestión: ¿es siempre el traductor capaz de comprenderlo todo? Porque, en caso contrario, mejor evitar notas explicativas no solicitadas.

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