jueves, 30 de septiembre de 2010

"La indefinición se extiende por todo el edificio del lenguaje"

El traductor chileno Adan Kovacsics (foto), viejo conocido de este blog, ha publicado el siguiente artículo en El Trujamán del 27 de septiembre pasado.

Traduciendo del húngaro 


No hace mucho, en la presentación de un libro, el escritor húngaro Péter Esterházy se refirió a su lengua como laza, es decir, laxa, suelta, flexible, no rígida; también se la puede definir como ambigua, indefinida, flotante. Una de sus características es, por ejemplo, que los nombres y los adjetivos carecen de género, como el inglés. De ahí que el autor pueda hablar de un gyerek, un niño, un muchacho, una niña, una muchacha, sin que se conozca su sexo. Y puede decir de ella o de él que es szép, es decir, guapa o guapo, bella o bello. Esto ha provocado más de un quebradero de cabeza a los traductores, hasta el punto de que alguno ha llamado al escritor para preguntarle: ese gyerek al que usted menciona, ¿es masculino o femenino? En muchos casos ni el propio autor lo sabe. Además, la tercera persona singular, o, también puede ser él o ella. Y tal ambigüedad es aprovechada a veces de forma consciente y da pie a grandes textos en la literatura, como El paseo de Attila Bartis, donde casi hasta el final no sabemos a qué género pertenece ese personaje adolescente que está narrando.

La indefinición se extiende por todo el edificio del lenguaje y toca elementos medulares de las obras literarias de tal manera que, por ejemplo, a menudo no se consigue distinguir entre el relato propiamente dicho y el monólogo interior del personaje: «Amodorrado, volvió a sumirse en la dulce duermevela. Debe de ser tarde, ¿qué hora será? Las diez quizá. Estas mañanas de principios de noviembre son engañosas», escribe Zsigmond Móricz en la primera página de su novela Rokonok (Parientes), un clásico de la literatura húngara.

La ambigüedad aparece igualmente en los tiempos verbales, que en sí son bastante sencillos (pretérito, presente y futuro; las complejidades se guardan para otros aspectos del sistema verbal), pero que precisamente por eso flotan y van pasando de forma continua del pretérito al presente y viceversa en las narraciones. Cualquier texto narrativo se traslada en diez líneas varias veces de un tiempo al otro, aunque, de hecho, todo transcurra en el pasado. Abro un libro al azar: Emberszag (Olor a hombre) de Erno Szép. El pasaje que encuentro se refiere a la situación posterior al atentado contra Hitler en julio de 1944. Lo traduzco literalmente: «Pudimos leer cuántos militares alemanes de alto rango fueron detenidos y cuántos condenados a muerte. Nos daban pena esos alemanes; eran nuestros muertos, también querían liberarnos a nosotros. Toda la casa, toda la calle Pozsony, se echa, pues, a correr a la embajada sueca y hace luego el camino de regreso. Hay que rellenar formularios y hacerse fotografías. La radio inglesa queda, una vez más, como única esperanza, como única fuente para coger fuerza. La posibilidad de acceder a las noticias inglesas es realmente una bendición infinita de la casa. Y luego nos sumimos todos los días en la lectura de los mapas, el ruso, el italiano, el francés. Los rusos se encuentran todavía lejos. El señor T. alberga la ilusión de que, si no llegan los rusos, pueden venir los ingleses procedentes de Italia… Los demás judíos sufrientes no eran unos estrategas tan grandes; esperaban aquella emisión inglesa de última hora de la noche con tremenda impaciencia en la casa: ¿están más cerca ya los rusos?».

¿Es todo esto exclusivo de la lengua húngara y de otras similares? Abro al azar un libro, esta vez escrito en castellano. Son los Artículos de Mariano José Larra. El autor habla del «castellano viejo»: «Echóme las manos a los ojos y sujetándome por detrás: “¿Quién soy?” —gritaba alborozado con el buen éxito de su delicada travesura—. “¿Quién soy?” “Un animal irracional” —iba a responderle; pero me acordé de repente de quién podría ser y, sustituyendo cantidades iguales—: “Braulio eres”, le dije. Al oírme, suelta sus manos, ríe, se aprieta los ijares, alborota la calle y pónenos a entrambos en escena».

No está tan lejos como parece una lengua de la otra.

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