sábado, 1 de mayo de 2010

El hambre es mala consejera de los traductores

El domingo 8 de junio de 2003, el  mexicano Marco Antonio Campos –poeta, narrador, ensayista y traductor de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, André Gide, Antonin Artaud, Roger Munier, Emile Nelligan, Gaston Miron, Gatien Lapointe, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti, Salvatore Quasimodo, Georg Trakl, Reiner Kunze y Carlos Drummond de Andrade, entre otros– publicó en la Jornada Semanal un largo artículo titulado "López Velarde visto por José Emilio Pacheco". Allí, invocando el hecho de que el último Premio Cervantes también es traductor y que en la doble condición de poeta y traductor ha escrito sobre cómo fue traducido Ramón López Velarde por Samuel Beckett, hay un apartado a propósito de esas traducciones, dato que, probablemente, no sea tan conocido fuera de México. De ahí la oportunidad de reproducir el breve fragmento que sigue.

López Velarde traducido por Beckett,
según José Emilio Pacheco,
en un artículo de Marco Antonio Campos

Admirable traductor de poesía, conocedor como pocos entre nosotros del inglés, Pacheco es una autoridad mayor para observar si una traducción es buena de este idioma al nuestro. Como todos los poetas en México saben, a principios de los cincuenta la UNESCO encargó al escritor irlandés Samuel Beckett, con el fin de ayudarlo económicamente, la traducción de An Anthology of Mexican Poetry. Por hambre, por dinero, Beckett aceptó. Para hacer la traducción "confiaba en su francés, en su comprensión del latín y la ayuda de un amigo". La compilación era de Octavio Paz y el prefacio ilustre de C.M. Bowra. Por diversos azares la antología sólo pudo publicarse hasta 1958 en la Indiana University Press. Son treinta y cinco poetas. La antología abarca desde Francisco de Terrazas y Sor Juana hasta Ramón López Velarde y Alfonso Reyes. Pero, ¿es buena la traducción? Su amigo Gerald Brennan –escribe Pacheco– "revisó el manuscrito palabra por palabra y le asombró encontrar ‘only one tiny, insignificant error’ en las páginas del libro". Demasiado optimismo. No hay de hecho traducción de los grandes textos que no desespere por sus limitaciones. Traducción es transformación, y por ende, un nuevo texto, o si se quiere, para decirlo con Pacheco, aproximaciones del original. Imposible recobrar del todo ritmos, música, colores, matices, entendidos, insinuaciones, sugerencias. Los poemas traducidos por Beckett de López Velarde son el punto central del artículo de Pacheco publicado en 1988 ("Beckett, traductor de López Velarde"). En casi cada poema las fallas de traducción se repiten, pero alarma sobre todo ver en varios de los ejemplos citados cómo el sentido es otro. Si hay un poeta mexicano en quien cada palabra, en muchos poemas en prosa o poemas en verso, está henchida de posibilidades, en quien el adjetivo sustantivo sustancia al máximo la frase o el verso, es López Velarde.
Más: para nuestro desánimo, en la traducción de Beckett la rima y de hecho la música han desaparecido. Pudo ser Beckett o pudo ser cualquiera; traducir a López Velarde, diríamos, es tarea casi imposible, o si se quiere, se necesitaría para traducirlo a un idioma extranjero de otro López Velarde.

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