lunes, 15 de febrero de 2010

Lectores que atrasan respecto de los diccionarios y las academias

Poeta, narrador y traductor, Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) reside desde hace muchos años en Granada, España, lo que le ha permitido convertirse en algo así como una criatura anfibia: por un lado, sabe lo que pasa allá y, por otro, también lo que ocurre de este lado del Atlántico. Dicho de otro modo, Andrés, a esta altura un viajero inveterado, va y viene comunicándonos a todos lo que se cuece en cada lugar. Último ganador del Premio Alfaguara, por su novela El viajero del siglo, sus otras novelas están publicadas en Anagrama, sus cuentos en Páginas de Espuma y su poesía y traducciones de poesía en Acantilado, por lo que no podría sospecharse de ningún modo que sus observaciones sobre la política editorial española en materia de traducciones así como sobre los lectores peninsulares las haga sin conocimiento de causa. Todo este preámbulo tiene que ver con el contenido de la breve columna que Neuman publicó el sábado 13 de febrero pasado en la revista Ñ, de Buenos Aires, y que reproducimos a continuación, con la esperanza de que nos permita reflexionar conjuntamente.

Foto: Pepe Marin

Tradúzcamelo

Leo una interesante conversación que publicó Babelia entre Javier Cercas, Almudena Grandes y Agustín Fernández Mallo. Si bien (afortunadamente) discreparon bastante en sus interpretaciones sobre la historia española, la influencia latinoamericana o el fantasma onanista de la posmodernidad, los tres coincidieron en un mismo silencio. Todos hablaron de la lengua común. Pero ninguno habló de las traducciones.

Se cita a menudo la borgeana metáfora de Carlos Fuentes sobre el territorio de La Mancha y sus 400 millones de hablantes. Esa mancha tendría que impregnarnos, teñir de Norte a Sur nuestras ropas. Durante varias décadas hubo una escuela de traductores argentinos que traducía para el mundo hispanohablante. Por motivos de industria cultural, hoy España está cumpliendo esa función. Para hacerlo satisfactoriamente, necesita desautomatizar su dialecto y pensar el idioma de manera fronteriza. Una cosa es el derecho literario a emplear una jerga nacional, sea cual sea, y otra muy distinta es pretender que los lectores de otros países se identifiquen con esa jerga. Y que paguen por ella. Varias generaciones de escritores españoles se educaron leyendo traducciones latinoamericanas. Más que una voluntad cultural, fue una consecuencia forzosa de las prohibiciones franquistas. Hoy las editoriales publican a escritores latinoamericanos, pero rara vez contratan traducciones hechas en Latinoamérica. Esto demuestra que en España, pese a las buenas intenciones de Cercas o Grandes, el modelo de lector en castellano sigue siendo peninsular. Diccionarios y academias ya son, o intentan ser, panhispánicos. Reconocen diferencias y buscan territorios comunes. Sin un concepto panhispánico de la traducción, la lengua compartida y el diálogo entre orillas serán sólo quimeras diplomáticas. Para traducir al español la literatura mundial hace falta moldear el oído en el vocabulario de los distintos países que hablan nuestro idioma. Aprender las variantes, atesorar las coincidencias. Cuando se mete en otras bocas, la Madre Lengua puede tener coño, concha o chucha. Pero siempre tendrá vagina.

4 comentarios:

  1. Hay multitud de planos del lenguaje (léxico, gramática y pragmática) en los que no hay forma común, a veces ni mayoritaria. No siempre hay vagina, ni mucho menos.
    Lo malo de acostumbrar el oído a la diversidad es que se pone de relieve la falacia de la unidad. Eso no se va a consentir nunca desde la península. La ideología panhispanoamericanista siempre ha consistido en mantener la unidad espiritual y cultural de la Madre Patria y sus antiguas colonias por medio del vínculo de la lengua y de sus activos tangibles. No se echará eso por tierra ahora.

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  2. A quien corresponda:
    Este blog no publica comentarios anónimos, por lo que, ya que se ha tomado la molestia de comentar la entrada, en caso de que decida continuar opinando deberá haber un nombre y un apellido. Gracias.

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  3. En la herramienta de comentar hay la opción de seleccionar perfil. Si se despliega, una de las opciones es "Anónimo", de la que se deduce que se pueden hacer comentarios anónimos.

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  4. Total, ¿cómo sabe el administrador que ponemos nuestros nombres y apellidos reales? ¡Diiiigooo yooo!
    Y.

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